Mi Época de Músico Profesional . Los Bailes en el Cuá-Cuá |
por Héctor Rodríguez Espinoza | |||||
29 de Agosto del 2010 | |||||
Fragmento del libro autobiográfico "1956. Evocaciones de un universtario" Inédito.
En ese año de 1961, algunos muchachos de la Banda de música empezaron a tocar en algunas orquestas de la ciudad, convirtiéndose en cierta forma en profesionales. Entonces muchos decidimos formar la Orquesta Juvenil Universitaria, cuyo repertorio sencillo y de moda, ensayábamos en las casas de Guillermo Minjáres y Manuel de Jesús Vega Pompa. Tocamos en algunos bailes en el Gimnasio de la Universidad, en fiestas particulares y hasta realizamos una gira por Navojoa y Huatabampo, organizada por Norberto Cruz Valdez. Nuestro grupo, por la simpatía que despertaba y que podría haber acaparado los tradicionales bailes de la Universidad, fue naturalmente vista con desconfianza por las orquestas de moda del también trompetista Manuel "Manuelito" García y del saxofonista Andrés El Chato Ureña, que tenía su feudo dancístico en su Casino XX, por lo cual hicieron ofertas atractivas a algunos de nuestros mejores elementos y nos desbarataron.
En los meses finales de ese 1961, por la influencia de Luis mi hermano, me enrolé en una orquesta de baile que se formó para competir con la de Manuelito García, que además de su tradición contaba con los mejores músicos de la localidad y acaparaba todos los bailes que valían la pena, pero que, como Director -haciendo honor a que el que parte y reparte, se queda con la mejor parte, cual todo un buen caimán, como pícara y hasta “cariñosamente” se les llama en el gremio-, era acusado de no distribuir equitativamente las ganancias. El conjunto se llamó Carta Blanca, por el patrocinio de esa cervecería. Nos compramos un uniforme de otoño, compuesto de pantalón negro y una camisa verde de manga corta, que compramos en Mazón Hermanos. Nuestro asiento de ensayos y de bailes nocturnos dominicales fue el Casino Cuauhtémoc (el popularísimo y desaparecido Casino “Cua Cuá”). En la orquesta estaban de los mejores instrumentistas, como -entre otros, que no recuerdo- Rodolfo El Chino Medina Rivera, Marcos Minjárez, Antonio Mariachi Gutiérrez, José Supo y yo, en la trompeta; mi hermano Luis El Gordo, Alfonso Moreno, Alejandro El Cachas Minjáres (+) y Juan de Dios Alegría Mayboca, como trombones de vara; René Rivera, Catarino Chacho Vásquez, Marianito Valdéz, el entonces Director de la Escuela primaria Benito Juárez e Ignacio El Nacho Galindo Barajas (+), Agustín Zorrillo Barajas, como saxofones contraltos; Angel Valdéz, Armando Noriega, Guillermo El Memo Minjáres y José Pepe Tánori (+), como Saxofones tenores; y Antonio El Toño Ureña, como saxofón barítono; Tomás Don Tomy López (+) como Contrabajo; José Tánori y Moisés El Cuate Solano, en la guitarra eléctrica; y Arnulfo El Cuta Miranda (+), como baterista y el nuevo caimán. El repertorio era variado y rítmico, amenizando los bailes en bloques de cuatro pieza llamadas tandas, por lo general tres melodías alegres y movidas (Mambos, chachachás, merengues, Sones montunos o danzones y algunas corriditas, arreglos de Pablo Beltrán Ruiz, Dámaso Perez Prado, Carlos Campos, Chucho Zarzoza, Salvador Rangel y de nuestro Ivón Mendez(+)), para cerrar con un bolero de contoneo lento y cachondo. ¿Cómo olvidar, por ejemplo, a Mambos Nos. 5 y 8, Pelotero la bola, Torrente, Moliendo cafe, Y, La paloma, Óyeme cachita, Palillos chinos, La mancornadora, El manicero, Guaglione, Perfidia, Tequila, Muchacha, Juárez, Nereidas, Sábado en Tijuana, Patricia, La burbuja, México, Ruedas, Merecumbé Ay cosita linda, Al di lá, Pepe, Musita, La boa, El yerberito, Recuerdos de Ipacarahí... y tantísimas otras favoritas de músicos y público y de una época tan intensa cuan irrepetible? Solíamos cerrar los bailes con el clásico bolero que hizo famoso María Luisa Landín, Amor perdido, cuyas primeras notas lentas y descendentes de los dos compases iniciales -ta - ra - ra - ráaa..., ta ra ra rá, ra rá, ra rá, ráaaa...-, invariablemente producían unánime estallido expresivo de júbilo de las parejas que, con las manos apretaditas y sudorosas se encontraban en la pista e inmediatamente se fundían en el abrazo melódico, de cachetito, confundidos Old spice con Chanel no. 5, con los ojos cerrados y mordiendo él la orejita de la dama; y hasta los que se habían sentado se levantaban, como resorte, para disfrutar aprisionados en tan lúdico y rítmico estrujón, consumar la despedida de esa madrugada y hacer cita para el próximo domingo:
La mejor época para las orquestas es la de fin de año, por las posadas, las bodas y los bailes de navidad y de fin y nuevo año. Así fue ese 1961, pues recuerdo contratos especiales, como uno en el viejo casino de Hermosillo (en lo que es ahora la Dirección del Trabajo), en el que como variedad acompañamos a Las Hermanitas Jiménez, dueto roquero de jovencitas que andaban de moda; y otro en el antiguo Casino Aliancista (edificio histórico convertido en el Instituto Sonorense de Cultura), cuando, también como variedad, acompañamos a Marco Antonio Muñiz, siendo una de las melodías Escándalo, que junto con Celoso y Luz y sombras, la acababa de grabar y andaban de moda; por cierto la canción empieza con un Solo de Saxofón tenor, que le tocó ejecutarlo a Angel Valdéz, con una calidad tan extraordinaria que provocó una mirada de apantallamiento del cantante quien, al terminar la pieza, felicitó a Angel. Al preguntarle Marco Antonio a nuestro saxofonista estrella que si en qué orquesta había aprendido a tocar así, él le contestó que casualmente en la más reciente de sus temporadas en la ciudad de México, donde desde entonces es reconocido, ¡había sido invitado para grabar ese Solo en el disco, con la orquesta que acompañó a Muñíz y famoso en el mundo latino entero!
El caso es que con tantas tocadas acumulé la fabulosa cantidad de $500.00 de aquellos; y eso que por mi juventud, inexperiencia y realmente no tanta necesidad como los demás músicos profesionales, estuve consciente de que había sido víctima de una caimaniada más del amigo El Cuta.
La orquesta, víctima de las rivalidades propias de tantas personalidades e individualidades y, en cierta forma, estrellas en sus respectivos instrumentos, pero incapaces de trabajar en equipo, se desintegró. Poco duró el gusto de competir con Manuel Manuelito García, quien recuperó algunos músicos y el monopolio del mercado dancístico hermosillense. Cada músico tomó su camino. Algunos nos integramos a una orquesta más modesta caimaniada por el también trompetista El Negro Gracia (a quien la raza llamábamos ¡El negro desgracia!) y nos quedamos en el Casino Cuahutémoc, tocando algunos meses de 1962. El repertorio era menos exigente y recuerdo tres piezas que repetíamos: Elsie Mambo, La Dama de España y la corridita Saboreaste tú la miel de mi primer amor.
En ese habitual centro de saraos concurrían jóvenes de todas las clases económicas, principalmente de estratos medios y estudiantiles, en un democrático ejercicio de diversión social, con la botella de cerveza en la mano como si fuera parte del cuerpo, excepción hecha de Luis Manuel Isibasi y Rodrigo Elizalde Carrillo, que como buenos deportistas siempre se distinguían -hasta en sus incursiones postreras en los cabarets de la zona de tolerancia- por portar, ridículamente, ¡una cocacola chica! Muchos reconocidos profesionistas de hoy hicimos ahí nuestros primeros pininos de baile y conquistas con jovencitas sencillas y más jaladoras (en el buen sentido de la palabra) que nuestras noviecitas santas.
Una menguada orquesta del Negro Gracia se le veía, en los años siguientes, tocando honradamente en el cabaret Bertha's, de la extinta zona de tolerancia de la ciudad, entre vueltas y vueltas y siseantes expresiones de paciencia, con la charola de licor en todo lo alto, de Nacho , el mesero (que tan bien imitaba Santiago Cota de la Torre y de trágica muerte en su habitación). La orquesta acompañaba a las vedettes del tercer mundo y del quinto patio, con la clásica El hombre del Brazo de Oro (-tat - tará ra ra ra rá - ra ra ra rá, empezaba la trompeta; - pa rrá pa pa pám, contestaban el trombón y la batería...) y a los cantantes de la Variedad, como aquel que tenía en un puño la atención e identificación de las mujeres ahí asiladas, cuando cantaban, a coro," Amor de Cabaret etc."
Una ocasión me invitó Andrés El Chato Ureña, en un baile dominical, a tocar en su orquesta, donde trabajaba mi hermano Luis, teniendo como variedad al Barítono de Argel, Hugo Avendaño. En punto de las nueve de la noche, como cada domingo, abría la jornada fiestera un arreglo de Star Dust (Polvo de Estrellas) que, como rúbrica característica, se le había encargado a Ivón Méndez y que precisamente -después de una llamativa introducción de la batería-, brillaba un solo de trompeta. Me encantaba escuchar esa señal musical que la ejecutaba El Goyo, pero esa noche reforzaba al grupo el propio Maestro Ivón, quien por supuesto le correspondió interpretarlo, sentado junto a mí. Ese fue el primero de mis deleites. El segundo fue cuando nos pusimos de acuerdo con el cantante sobre el repertorio, una de cuyas melodías era Júrame, de María Greever, que se inicia con un solo de violín, difícil por sus notas en escala muy aguda. Al no contar nuestra orquesta con ese instrumento de cuerda, se fastidió un poco Don Hugo, pues limitaba su lucimiento, con el cansabido aguite de El chato. Pero entonces Ivón, comprensiva y modestamente, le pidió la partitura y después de escrutarla no más de 5 segundos, se comprometió a ejecutar tan importantes compases. Así fue, el divo pudo deleitar al público con el elenco completo de su espectáculo, gracias a la maestría de nuestro notable instrumentista.
Tomado del portal www.contactox.net , Contenido en Forma de Claudio Escoboza S.
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